Mis Amigos

miércoles, 24 de julio de 2013

Aquellos veranos en el río Aragon





Verano en Jaca:

Julio y Agosto  de los  años  sesenta;  calor y sonidos chillones de cigarras y grillos a la vez... los veranos de  Jaca suelen  ser bastante cálidos,   pero eran  y creo que lo siguen siendo,   de un   calor  seco y soportable;  contrasta muy lejos de ese otro  calor estival  húmedo y pegajoso  del litoral Mediterráneo al que nunca me he acostumbrado y  que llevo años soportando desde que me fuí  de Jaca.

Queco, Chiqui, Nana y yo junto a las aguas del Aragon 



Hoy, cincuenta y pico años después, en el  pequeño pueblo de Tarragona, donde resido,  y mientras estoy ojeando  un libro,  observo a mis nietos como se bañan y juguetean  en la  piscina hinchable instalada  en el pequeño  jardín de mí casa.


 Sus juegos entre risas y chapoteos consiguen que por unos instantes el compartimento estanco de mi memoria, donde están guardados  todos mis recuerdos,  se libere y rescate  una época y etapa completamente diferente y casi olvidada; la de mi infancia, y la de aquellos veraneos en el río Aragón con mis padres y hermanos.  

Recuerdo bastante  bien, la que fue primera vez que fuimos  a bañarnos a  “la playa” en Jaca. Papá nos había hablado muchas veces que en verano nos llevaría a una “playa” especial  que hay en Jaca, rodeada de montaña,  prados de hierba  y árboles,  con unas aguas cristalinas y  frescas, y  que no hay en ningún otro lugar, solo allí.
Pablito, Chiqui, Nana y Queco; al fondo el viejo molino

 Un sábado de Julio de ese verano. Papá nos propuso  que  nos llamaría a las siete de la mañana del domingo para preparar con tiempo todos los trastos y bártulos que nos hacían falta para pasar el día en la “playa.”

A las siete y un minuto de la mañana,   y al toque de diana de papá,  saltamos como gatos de las literas al suelo para  coger rápidamente turno para el lavabo; (siendo tantos hermanos había que espabilarse bastante para no ser el último, y a veces hasta entrabamos al WC de dos en dos );  necesidades fisiológicas urgentes, asearse, peinarse, y colocarse el bañador eran las tareas inmediatas, y acto seguido en fila hacia el “comedor-cocina” para un desayuno rápido y frugal ; mamá ya estaba en guardia desde hacía una hora antes y lo tenía todo controlado…
Cinco hermanos, rodeando a
 Ballesteros, amigo de mi padre

 Una taza de café de puchero y  una tostada de pan untado en aceite para cada uno - puedo decir con cierta satisfacción- que por entonces era el desayuno más rico que se podía tomar en aquel momento (eran otros tiempos, pero -¡¡qué bueno estaba Dios!!-   (muchas  veces he hecho mía la frase de mi padre,  –mirando hacia aquellos duros tiempos) -decía, que éramos muy pobres, sí, pero muy felices también-

En  la puerta de la calle, apilados, unos cestos de mimbre  y alguna mochila con la comida preparada por mamá, mas la bebida (agua)  y trastos para subsistir en la “playa”, íbamos a pasar el día entero y no podíamos dejarnos nada, ni las gorras para el sol, ni los flotadores ni la colchoneta  hinchable para navegar.
 Surcando las aguas del Aragón

Era la primera vez, tanto mis hermanos como yo estábamos fascinados e ilusionados con esta novedosa  aventura, hasta ahora los únicos chapuzones  que nos hemos dado han sido en el canal que transita al lado de nuestras casas militares y por otro lado, si  Jaca no tiene mar… entonces ¿a qué playa nos llevan Papá y Mamá?, a nuestras edades que oscilaban desde los dos  años hasta mis once, apenas  nos habíamos  alejado por nuestra cuenta,   más allá del paseo y  los glacis y ya digo,  aparte del canal no habíamos visto otra corriente ni masa de agua en nuestro entorno; solo postales de Barcelona y su puerto, y otras de playas de Málaga,   en fin, pronto saldríamos de dudas, pero no dejábamos de hacer preguntas sin parar a papá, que miraba de reojo a mamá y sonreían con un  cierto grado de complicidad.

Papá navegando tambien a favor de corriente
Papá y Mamá se repartieron entre los dos, los cestos más voluminosos, y mis hermanos y yo, llevábamos cada uno parte de los bártulos playeros. Nos pusimos en marcha caminando hacia el paseo, lo cruzamos,  luego tomamos una bajada de pista forestal  hacia la izquierda, camino de  Asieso: creo que quienes nos miraban al pasar (éramos un tropel caminando en masa) se deberían preguntar si no nos habíamos escapado de algún cuento, comparándonos seguro, con  la divertida familia Ulises del TBO; entonces no había apenas  coches, bueno quizá media docena en todo Jaca, pero no recuerdo ni que modelos se fabricaban entonces.  Creo que eran grandes, negros y muy cuadrados los que había visto un par de veces circular por alguna calle, pero desde luego ni pensar que pudiéramos disponer de alguno… eso era un lujo inalcanzable.

Una vez abajo del todo, al final de la cuesta, en un recodo hacia la izquierda, aparece de pronto un puente y a sus pies el enorme  río Aragón; desde nuestra perspectiva, mis hermanos y yo  quedamos  sobrecogidos en un primer instante, nunca habíamos visto tan de  cerca  un  río ni en sueños y la realidad nos superó con creces la imaginación que teníamos  de un río. La corriente del agua en esa época del año, era mansa y serena,  la  presa que retenía las aguas,  a nuestra derecha rugía  suavemente   y  acompasaba  al murmullo del silencioso paisaje de su alrededor.
Papá enseñándonos a saltar de cabeza

-Aquí está la “playa”- dijo papá, esta es la playa “especial”  de la que os hablé,  y os lo vais a pasar estupendamente:  vamos a ir a ese sitio y  acampar cerca de la orilla:-  poco a poco fuimos bajando y caminando  por el escarpado sendero que serpentea las aguas del río Aragón; El sendero curveaba entre maleza y zarzamoras;  nos fuimos abriendo paso hasta llegar  a un prado de hierba,  rodeada de árboles y flores silvestres, cerca de un viejo molino, allí el río  en un suave meandro, configura una estupenda “badina” de aguas frías,  claras y serenas  perfectas para nadar. Nos encontramos en ese punto, con otras familias, vecinos nuestros de las casas militares,  que acababan de llegar también y que habían quedado con papa y mama para pasar el día todos juntos.

Acampados, y organizados, nos fuimos de cabeza al río; ninguno sabíamos nadar; así,  con los arcaicos  flotadores ajustados a  nuestro pecho  nos lanzamos desafiando  a las frías aguas del Aragón, una y otra vez, disfrutando por primera vez de un baño en la “especial playa” de Jaca. Papá y mamá sonreían y seguían todos nuestros juegos, papá se unió a nuestras travesuras  y era el primero en lanzarse al agua, nadar y darnos los primeros consejos acuáticos.

Enseñando músculos

con Rapitan detrás de mi
Por turnos nos alternábamos para navegar con la única colchoneta hinchable, deslizándonos por la suave corriente; era una delicia navegar con las manos como improvisados remos, con los ojos fijos en la superficie e  imaginar  o distinguir por debajo del agua las siluetas de las truchas acompañando nuestra travesía fluvial. 

Nadando, jugando y buscando madrillas y renacuajos, las horas pasaron volando, y solo el ronroneo  acompañado  de ese vacío inequívoco del estómago nos avisó de la hora de comer: papá ya nos estaba llamando y pronto nos reunimos en la pequeña pradera, -sentados en improvisadas sillas de piedras- todos alrededor de nuestros bártulos. Mamá ya había preparado una copiosa y suculenta ensaladilla de tomate con atún acompañada de un no menos sabroso  bocadillo de tortilla de patatas que había cocinado la noche anterior, y que estaba de miedo.
Queco, buscando renacuajos 

Nunca lo supe y aun no sé porque será, pero esas ensaladillas de tomate aderezadas en el campo, y esos bocadillos de tortilla de patatas que hacia mamá, jamás han tenido el mismo sabor  que la que haces y comes en casa habitualmente,  aunque tienen los mismos ingredientes. Todavía hoy, tantos años después, aún sigo "viendo oliendo y saboreando" aquellas comidas campestres que repetimos cada domingo que bajamos al río, en  los veranos que compartimos  en esa preciosa tierra.

Luego había que esperar tres horas para la digestión si comías tomate,  tampoco nunca supe porque regla de tres, era así… si no comías tomate  eran dos horas solamente. Papá nunca me lo aclaró del todo, me decía  que era así y ya está.

Papá llamándonos; es la hora de comer
Esas horas de espera las dedicábamos a buscar renacuajos, grillos y pececillos un ratillo, y luego mirando como jugaban los mayores  al “remigio” o al “guiñote” hasta la hora del nuevo y ultimo baño, sobre las seis de la tarde. Así -mirando- aprendí yo a jugar al “remigio”, papa decía que era cosa de mayores y que me limitara a mirar como jugaban ellos; el caso es que miré tanto y aprendí tan  rápido que me encapriché en que me dejaran jugar una partida: Todos se reían y accedieron a que –solo una-, ¿vale?-; una hora después había dejado a todos fuera de la partida, y papá me dijo que había sido –solo mucha suerte-, yo también lo he creído siempre, pero no me dejaron jugar más por si acaso… hoy día mi nieto Albert, -seis años- también me gana al domino, al parchís y la oca, -me pregunto si también será solo suerte-.





Es la hora de regreso tras un día
 inolvidable en el río Aragon 
Así acababa un día de “playa” en el río Aragón. Ultimo baño con los últimos rayos del sol penetrando a través de las copas de los árboles; recogida de bártulos y utensilios, y encaminarse de nuevo hacia el puente, subir el empinado sendero hasta la carretera, y hacer de la vuelta un paseo apacible y tranquilo, contándonos las distintas peripecias que habíamos vivido en la “playa”,  mientras el sol en el horizonte, se diluía en un tono rojizo, despidiéndonos también con su particular  acto vespertino y  dibujando  mil colores en el cielo jaques.

Papá y Sergio en el puente
nuevo del río Aragon





Papa nos preguntó por la noche; -¿os ha gustado la playa ?... –Claro, respondimos-, papá siguió,  -aunque no sea la auténtica  playa del  mar que conocéis por las postales,  podéis estar seguros que sois unos privilegiados por poder bañaros en estas aguas  claras y cristalinas del río Aragón, que llegan desde el mismo  corazón de los Pirineos  y que siempre recordareis con cariño y apego a estos lugares y a estos paisajes que tenéis la suerte de conocer y compartir; acordaros  siempre, estéis donde estéis.-
Toda la cuadrilla posando
a los pies del puente Nuevo
Su mirada y el brillo de sus ojos hablaban por si solos, más que su propia voz. Fue toda su vida un contumaz y férreo  enamorado de Jaca, de sus montañas, de su querida Escuela Militar de Montaña, de Candanchú, de sus marchas por Ordesa y los Pirineos , de sus escaladas y del ski, todo un deportista y un apasionado de la naturaleza, y aun mejor padre,que nos supo transmitir  esos valores y ese  sentir y aprecio tan especial por una tierra a la que amó hasta el último instante de su vida.



Hoy, en que he narrado uno de mis recuerdos favoritos, y desde lo más íntimo de mi corazón   y de mi memoria le digo a mis padres; Gracias, muchas gracias por haber compartido con nosotros ese sentimiento tan vuestro, y dejarnos  en  herencia   esa huella  de emoción y pasión  que nos enseñó para siempre a  amar, querer y sentir esta tierra como la sentíais los dos. Hoy nuestro querido río Aragón, sus aguas limpias y cristalinas, con su particular y característico murmullo, sus prados siempre verdes y esos  árboles  que nos cobijaron y nos conocieron,  conversan en mutua complicidad   de tantas vivencias y de tantos momentos felices compartidos juntos.
Mamá y papá a la izqda. con sus buenos amigos..
 (yo seguía mirando)

un beso papá... un beso mamá... gracias por aquellos tiempos tan felices a vuestro lado.